Serie: | NA |
Editora: | NA |
géneros: | Novela |
Autores: | CARTAGENA PORTALATIN, AIDA |
Paginas: | 172 pages |
Compilador: | La edicion especifica de este libro está libre de los derechos de autor. |
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En
Escalera para Electra la violencia es regularmente ejecutada a través
del hombre, pero el origen de la acción reside en la partícula
femenina; no como signo de negatividad sino de control y poder. El
varón que construye Helene cuenta con las cualidades asociadas al
pater familias caribeño: Don Plácido es un criollo de guayaberas
almidonadas, bota lustrada y sombreros de delicada paja; su afán se
divide entre finas cabalgaduras y gallos de pelea. Cuando lo
describe, la biógrafa no profundiza en sus intereses; lo moldea a la
imagen del hacendado típico. La contraparte masculina de este
prototipo es Chano, trabajador de origen humilde en quien se resumen
la sagacidad y el servilismo: “PARRAFO INTERCALADO Sobre el
campesino de Dominicana, que aun vive en servidumbre, pesan las más
crudas ironías: injusticia de la justicia”. El muchacho es parte
de la peonada que labora en la plantación de tabaco rubio
perteneciente a la mujer de Plácido, quien es a su vez motivo de
tensión entre los hombres y contraparte de Swain, de quien es madre
y rival. Adelanto aquí que la tirria entre hija y madre es la línea
que atraviesa la novela.
En un estudio sobre las identidades
sexuales en Escalera, Lorna V. Williams destaca el que la madre de
Swain permanezca sin nombre en la primera parte de la trama; a este
personaje no se le asigna valor onomástico y es referido mediante
convenciones de lo femenino1. Aída plantea de este modo el carácter
totalizador de los personajes; si bien sus acciones se determinan
bajo signos específicos (violencia-sexualidad) su contextura engloba
circunstancias habituales, universales para dominicanas y
dominicanos. En principio, la ausencia de un nombre propio para la
mujer en un texto donde los nombres han probado ser relevantes, es
una de las muchas formas utilizadas por la autora para describir la
apatía hacia lo femenino y su participación en los procesos
culturales, políticos y sociales en Dominicana. Es cierto que desde
la primera década del trujillato el feminismo propuso un vuelco
histórico al conseguir el derecho al voto2, pero una mirada al canon
literario revela inconsistencias y desequilibrios entre mujeres y
hombres, tanto en la cantidad (no nivel) de publicaciones como en su
estudio crítico.
En Escalera estas incongruencias se
reúnen alrededor de Plácido y su carácter abusivo. La desgracia
que funciona como elemento justiciero viene dada por un mandato
pagano, un deus ex machina pensado por la mujer: Plácido aniquila a
Chano por un impulso egoísta ya que hasta el supuesto adulterio, la
esposa no pasaba de ser una fuente de beneficio; Helene dice que el
hombre se casó “para vivir de las tierras y en la casa heredadas
por ella (…) Ella quedaba sola en la finca. En la casa. En la cama.
Noches enteras entre viejas sábanas caladas”. Esta visión de los
hechos busca otorgar sentido a un acto de infidelidad que no queda
aclarado del todo en la trama. Es el fantasma de la duda que hace de
las maniobras de Plácido actos irracionales.
Del ultraje en
forma de indiferencia: “La despreciaba como hembra. Resignada, y
con una pena nunca expresada, hasta su propio sexo se anulaba”, el
marido pasa al macheteo de Chano y a controlar la hacienda; encierra
a la mujer y toma posesión de la casa y el trabajo. Procede a
desterrar a los herederos Ramón César y Norberto, hermanos de Swain
y probables hijos de Chano. Todo este patético episodio, explica
Helene, es el escalamiento de una violencia que nace del supuesto
pecado cometido por la mujer.
Con un fajo de billetes Plácido
resuelve el asunto del asesinato. Así aparece El Gago, otro
campesino. El Gago es uno de los pocos testigos del crimen, pero no
puede producir una verdad completa, tanto por miedo y decepción como
por su impedimento lingüístico; a la vez, El Gago es símil de la
incesante repetición de los errores en los hombres y su
imposibilidad de componer un lenguaje concreto. Esta novela la
cuentan las mujeres.
Por último, Helene aprovecha el personaje
para alumbrar con poesía el trance funesto: al construir una escena
desde las cenizas del lar materno de El Gago, se dice que,
Desde
su ventana podía contemplar en los amaneceres las nubes bajas que
copaban el valle en invierno: contar los bloques alineados de los
poblados que estaban abajo, y excitarse con la presencia de las
amapolas, porque pisar sus flores justificaba la preñez de las
muchachas. Todo su mundo anterior se derrumbaba sin el bohío.
En
la mujer se reflejan el abuso hecho indiferencia y el maltrato
físico-verbal; desde ahí se asciende a la figuración de lo sexual
y las constantes coincidencias entre la violencia de los personajes y
sus reflexiones en la sociedad. La mujer se duele por la muerte de
Chano y muestra este sufrimiento sin pudor. La hombría de Plácido
se ve amenazada y ejerce la disciplina pero la cura resulta peor que
la enfermedad. Al no poder controlar las formas del luto, encierra a
la mujer. El llanto desespera al energúmeno; tanto, que le empuja a
exagerar el gesto malvado: aprieta un caño de pistola en la cabeza
de la “miserable”, la insulta, la rebaja. Ante la resistencia de
la hembra, Plácido procede al estupro, símbolo que dispone la
violencia hacia el cuerpo sexual y lo compara al cuerpo de la nación.
Aquí debo aclarar que aunque Plácido no es un elemento foráneo,
sus actos criminales pueden compararse con el abuso de los dictadores
nacionales y como se ha visto anteriormente las dictaduras de
Trujillo y Balaguer encuentran raíz y sustento en la influencia
norteamericana.
Facilitador: Rey Andújar